Cuando el flujo de migrantes que intenta ingresar a Europa parece haberse transformado en una ola incontenible, la división se agudiza entre aquellos países dispuestos a acogerlos y los que persisten en rechazarlos.

El enfrentamiento es tan profundo que podría terminar desmoronando los fundamentos de la construcción europea.

 

“Audacia y humanidad”. Ese llamado, formulado el miércoles por el presidente de la Comisión Europea (CE), Jean-Claude Juncker, parece no haber sido escuchado por cantidad de países de Europa del Este, aterrados por la llegada de decenas de miles de migrantes.

 

Desde hace meses, tanto la CE como Alemania chocan contra la obstinada negativa de los países de Europa del Este a participar en el esfuerzo colectivo de recibir en sus territorios refugiados que huyen de sus países en guerra.

 

Para intentar resolver parte de esas diferencias, ayer se organizó una reunión de crisis en Praga entre los ministros de Relaciones Exteriores del grupo de Visegrad (Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría) y sus homólogos de Alemania y Luxemburgo, cuyo país ejerce la presidencia rotativa de la Unión Euorpea (UE).

 

Una vez más, sin embargo, el Visegrad -también conocido por sus siglas V4- mantuvo su posición. Sus miembros rechazan el sistema de cuotas que intenta imponerle la CE. Los países que acogen refugiados, argumentan, “deben tener el control del número que aceptan”, afirmó Lubomir Zaoralek, jefe de la diplomacia checa.

 

Esa conducta es coherente con la “doctrina” definida por el primer ministro húngaro, Viktor Orban, para quien el flujo de migrantes -que son mayoritariamente musulmanes- pone en peligro la “raza europea, blanca y cristiana”. Además aseguró que, entre los refugiados, hay numerosos “islamistas infiltrados”, enviados por la organización jihadista Estado Islámico -también conocida como Daesh- para sembrar el terror en Europa.

 

A pesar de las diferencias ideológicas de sus gobiernos, un fenómeno relevante en los países 4V es la abundancia de partidos de ultraderecha y neonazis, que son “más exitosos que en Europa Occidental”, asegura Michael Minkenberg, politólogo alemán de la Universidad Europea Viadrina de Fráncfort. Como ejemplo, cita a grupos ultras como el Movimiento por una Hungría Mejor (Jobbik) o las Liga de Familias Polacas y la Autodefensa de la República de Polonia, todos con fuerte ideología antisemita, racistas, xenófobos y homófobos. El mismo credo profesa el Partido Popular Nuestra Eslovaquia.

 

Los 10.000 refugiados que llegaron a Bulgaria con la primera ola de migrantes entre 2013 y 2014 relatan terribles experiencias de rechazo, racismo y xenofobia. Tanto, que los refugiados actuales evitan cuidadosamente ese país.

 

Los países bálticos también resisten la llegada de refugiados musulmanes. En Estonia, Lituania y Letonia, que ingresaron a la UE en 2004, entre 75% y 80% de la población practica algunas de las principales religiones cristianas (catolicismo, protestantes luteranos y ortodoxos).

 

Pero la presión de la extrema derecha también se hace sentir en los grandes países de la UE. Dinamarca, dirigida por una coalición conservadora aliada con el poderoso partido xenófobo del Pueblo Danés, endureció recientemente las condiciones de asilo, al punto de desalentar a los candidatos al refugio, que prefieren continuar viaje a Suecia.

 

Si bien Holanda se declaró dispuesta a aceptar la cuota propuesta por la CE, el líder de la extrema derecha, Geert Wilders, consideró que Europa se ve sometida a “una invasión islámica”.

 

“Masas de hombres jóvenes con barba, cantando «Allahu Akbar» atraviesan Europa”, se lamentó “Es una invasión que amenaza nuestra prosperidad, nuestra seguridad, nuestra cultura e identidad”, advirtió durante un debate parlamentario.

 

En Francia, el ex presidente Nicolas Sarkozy propuso ayer crear una categoría especial de “refugiados de guerra” que su país acogería de manera temporal hasta el restablecimiento de la paz en sus países de origen.