La historia -singular historia- nació enmarcada por silencios y concluyó envuelta en gloria. Cuando Leonardo Pisculichi arribó a River, allá por julio, su destino inmediato iba a ser el banco de suplentes: el titular, para la visión de Marcelo Gallardo, era Manuel Lanzini. Sin embargo, la varita mágica se posó sobre la cabeza de Piscu: Lanzini dejó el club, tentado por los millones de los Emiratos Arabes Unidos, y el puesto de enganche quedó a disposición del ex jugador de Argentinos Juniors. ¿Qué hizo él? Aprovechó la coyuntura como muy pocas veces se aprovecha semejante oportunidad. Pisculichi la descosió, su zurda prodigiosa recibió loas como nunca antes en su trayectoria y, al fin de cuentas, se coronó campeón de la Copa Sudamericana con una faena consagratoria la noche de la final contra Atlético Nacional. Mejor, imposible. El sueño perfecto. Así como funcionó en plenitud el pie hábil de Piscu, también funcionó de maravillas el ojo clínico de Gallardo cuando lo eligió. ¿Quién creía que Pisculichi podía alcanzar un nivel top en River? Casi nadie. El Muñeco habló con él y se convenció de que el zurdo estaba en condiciones de asumir el reto más grande de su carrera. El acierto del técnico resultó mayor todavía si se repara en que en ese mercado de pases River apenas contrató a dos jugadores -el otro fue el arquero Julio Chiarini-, ya que la dirigencia liderada por Rodolfo D’Onofrio estaba (está) en la dura y necesaria misión de sanear las arrasadas finanzas del club. Si se juega con un vetusto dicho, se podría decir que donde Gallardo puso el ojo, puso la bala… Ahora, otra vez es la época de pensar en refuerzos (el Muñeco solicitó cinco). Y todo indica que la política de la dirigencia será idéntica a la del mercado anterior: sólo gastar lo que permita el presupuesto. No hacer locuras. No ir más allá de lo que dicte el sentido común. ¿Entonces? Entonces, Gallardo tendrá que ejercitar nuevamente su agudo ojo clínico. No será sencillo que tenga la misma puntería que con Pisculichi, pero deberá hacer el intento para que su equipo mantenga (o incluso mejore) el rendimiento de este semestre que ya dejó una huella antológica.