En momentos en que crece la conmoción por la muerte del fiscal Alberto Nisman, la presidenta Cristina Fernández recurrió, nuevamente, a la soberbia extrema que tanto la caracterizó desde el momento en que su marido se sentó, por primera vez, en el sillón de Rivadavia allá por mayo del año 2003.

sintiéndose el centro del universo, la primera mandataria volvió a abonar la teoría del complot contra su gestión, agitando fantasmas que ya no asustan a nadie. Para ello no tuvo mejor idea que recurrir otra vez al facebook, difundiendo nuevamente la extensa carta que había escrito el lunes pasado, pero con algunos agregados.

Concretamente, CFK escribió; “Repito, curiosa y sugestivamente se intenta convertir, 21 años más tarde, en encubridores por tratar de que se le pueda tomar declaración a los imputados iraníes mediante un Tratado Internacional aprobado por Ley del Congreso”. Así cuestionó la investigación de Nisman y defendió el oscuro acuerdo con el régimen iraní, convenio que llevó a que el fallecido funcionario del Ministerio Público pidiera la indagatoria de Cristina y del canciller Héctor Timerman, bajo la acusación de querer encubrir al gobierno persa por el atentado a la AMIA y “fabricar la inocencia” de los ex funcionarios iraníes involucrados en el ataque. Como si hiciera falta, poco antes de conocerse la publicación de facebook, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, utilizó su habitual conferencia de prensa para repetir las falacias del relato K.

 

A esta altura, todo lo que pueda hacer o decir Cristina está teñido de sospechas. Su nivel de credibilidad es prácticamente nulo. La realidad es que, por más excusas que quiera poner la primera mandataria, el gobierno está teniendo el mismo final que tuvo el menemismo que fue acorralado por los graves hechos de corrupción que tuvieron lugar durante los años ´90.  Es más, pocos meses después de haber dejado el poder, Menem terminó preso a raíz del escándalo por la venta de armas a Ecuador y Croacia.

 

Cristina y varios de sus aplaudidores tienen muchas chances de terminar enjuiciados, como le ocurrió a Menem.  El oscuro pacto con Irán para intercambiar impunidad por petróleo es, solamente, un caso más de la inmensa trama de corrupción que se fue tejiendo durante la mal llamada década ganada.

 

No es de extrañar que tanto Menem como Cristina terminen de la misma forma ya que son astillas del mismo palo. Fueron socios en la entrega del patrimonio nacional, especialmente en lo que se refiere a la infame rpivatización de YPF que fue apoyada e impulsada por el matrimonio Kirchner, a cambio del pago de regalías petroleras que luego se transformaron en acciones de la petrolera privatizada y que le permitió a la provincia de Santa Cruz amasar más de 500 millones de dólares que fueron girados al exterior y cuya utilización, al día de hoy, es un misterio.

 

Eso no es todo: Menem se ha convertido en un socio destacado de los K en el Senado nacional, donde le vota cada una de las leyes que impulsa el gobierno. La banca en la Cámara alta que ocupa el riojano la consiguió gracias al apoyo de los K y le permite gozar de fueros, que evitan que vaya preso. Es esta misma impunidad la que, desesperadamente, estaría buscando Cristina mediante reformas electorales de urgencia, cocinadas entre gallos y medianoche, para poder ser candidata a legisladora del Mercosur.

 

A lo largo y ancho del planeta, se está hablando del escándalo de la muerte del fiscal Nisman. Cada hora que pasa se van sumando más dudas que certezas y llevan que el kirchnerismo termine su gestión de la peor manera, en medio de una pelea entre bandas de espías que ellos mismos fogonearon y que derivó en un conflicto político e institucional que, seguramente, seguirá sumando capítulos.